El tiempo se escapa a través de las ventanas abiertas...
Las Hojas II Mar Hernández |
El semestre se acaba, sólo quedan algunos sentados en las bancas de la biblioteca o en los jardines recién regados de la universidad. Hace frío; con un sol apenas perceptible que cubre a ratos, intermitente, y no quita del todo el frío.
Hace tres horas que te espero. Descuida, no es tu culpa que llegara tan temprano. Ví las hojas caerse de los árboles, y le dan al sitio un piso de colores que hacen ruido si los pisas. Rojos, amarillos y verdes; con olor a tierra mojada y a café matutino... que por alguna razón me parece un olor más agradable que el café en la tarde o en la noche.
Me levanté. Es que ¿sabes? esperar me aturde... me enfría. Salí por el pasillo central de la facultad; vacío completamente de gente, y lleno de quioscos de libros que parecen no poder dormir hasta tarde. Quizás es cierto el mito, mientras más envejeces, el dormir se hace más difícil, sobre todo entre otros de tu clase pero con géneros tan distintos y mezclados que tal vez la plática del contiguo sea en argots desconocidos.
Miro el quiosco. Los libros puestos en colgadores de zapatos; los objetos entonces suelen tener esa capacidad mórfica de acuerdo al ingenio y a las necesidades. Hay un poesía de Benedetti, Borroughs, Neruda y Girondo... tomo el de Borroughs; nunca he leído más que un fragmento de un poema que no recuerdo bien. Sólo sé que alguien que solía importarme lo repetía algunas veces cada vez que nos veíamos. Lo abro, está en español, creo que prefiero buscarlo otro día.
Red Leave Mar Hernández |
Tomé entonces a Girondo, pagué por él y seguí caminando al lugar donde nos veríamos. Lo abro; tiene las hojas amarillas como el piso sonoro de la universidad y ese olor a vainilla, tinta y lignina que entra en mi nariz como remedio contra el ruido y las interrupciones del mundo. Pienso que algún día alguien lo compró nuevo en una librería. Lo eligió como suyo, lo ojeó y quizás recordó que "si no saben volar pierden el tiempo..." pagó el precio y leyó con ganas; como cuando uno se encuentra por primera vez un cuerpo desconocido que se eligió entre una multitud de voces y se le ama por una noche entera.
Sin embargo, un día después de aquel gran descubrimiento. El cuerpo, la voz y el libro dejan de ser inhóspitos. Se civilizan, se vuelven una rutina conocida, en la que aquel, 'el selector' de ellos, los llevó a una librería de viejo, a una novela rosa o al simple y sencillo ruido de las hojas.
Pasó un tiempo diferente para el cuerpo, para el libro y la voz, hasta que un día encontraron a un nuevo amante para el cual aquel camino de ruido, versos y cuerpos sonaba inhóspito. En este punto de la historia yo me encontré a Girondo... el cuerpo al menos, porque la voz hace años que habitaba en mi cabeza.
De las hojas, de los colores de las hojas, de los tamaños y texturas de las hojas. Mar Hernández |