SUBTERRANEA
¿Vives de muerte? ¿Mueres de vida?.. Todos caminamos hacia allá con diferente velocidad. Vivimos entre vacíos y añoramos pensamientos inconformes que viven para morir, y mueren… simplemente mueren, pero ah! los sueños, esos mueren por que ya vivieron.
¿Cuánto ha de valer un sueño para olvidar la realidad por él?.. Eso es lo que me pregunto. Antes viví de muerte. Pero, no como podría entenderse; no fue por una vida llena de emociones, por lo menos no reales. Sobrevivía del consumo de cadáveres y plantaciones que eran asesinadas para mi gusto; esperanzado en la formulación de sueños irrealizables. Sueños, que encontraba en el borde de mi almohada, mientras dormía solo en una habitación con luces de madrugada.
Una vida normal, dentro de cualquiera en el común de los mortales. Trabajo, escuela de leyes, una novia preocupada por el adelgazamiento tardío. Una rutina, fija e inamovible, una cama llena de deseos. Y al fin, un invierno que rompía con todo lo anterior. Tres semanas de vacaciones en la Universidad, una novia que iría de viaje a Francia y una renuncia al trabajo hasta encontrar algo que llenara mayormente mis expectativas de defensor de la justicia.
La diferencia no es siempre llegar muy alto, más bien, yo descendí muy, muy bajo. Donde ningún humano con decencia y razón habría querido estar, el mundo subterráneo que había mirado en uno de mis sueños y me obligó a entrar en ese deja vu de realidades paralelas y perceptibles.
Era un día diciembre, caminaba de regreso del parque donde solía ir de niño con mi madre y donde también compartí caricias con mi amante que ahora estaba tan lejos, que lo más cercano a ella era su recuerdo y uno que otro correo que llegaba vagamente. Pasé por debajo del puente y pisé todas las hojas secas que encontré en la senda, de pronto, olvidé el camino de regreso y mis piernas se movieron de manera incongruente con miedo de perder la visibilidad -pues ya empezaba a anochecer-. Nació así mi paranoia mundana, empecé a oír pasos entre las hojas y voces en coro. Inauditas y desesperantes voces que me obligaban a caminar más rápido intentando no voltear a mi espalda.
Caminé tan rápido, que mis pasos se volvieron trotes y mis piernas se atoraron entre las ramas sueltas con mis agujetas. En aquel momento, caí al piso con un golpe funesto y me desplomé dentro de un agujero oculto en medio de las hojas secas. Mi mente perdió las nociones de tiempo y espacio, hasta que mi cognición regresó, justo cuando sentí en mi garganta las burbujas de putrefacción que mi nariz y boca tragaban entre las sombras. Me ahogaba en aguas purulentas; mis ojos se abrieron bajo el líquido vírico y me levanté en una revolución de ideas con movimientos rápidos, pero no pude avanzar demasiado, pues todo alrededor de mí era una maraña negra en la que mis párpados no servían de nada.
Me arrastré como las criaturas inferiores; sin conciencia… esperando que en algún tramo la luz regresara a mis pupilas. Pero no lo hizo hasta algunas horas después de seguir por la misma gruta. Ahí estaba la bifurcación de rocas. Una decisión que tomar; me detuve. El fango llenaba mis manos, mi ropa y mi cara; repentinamente escuché un bramido… un sonido que hizo que mis oídos miraran de frente y seguí el sonido hasta el último instante.
Un rayo de luz entró en aquella habitación de rocas y lo vi… el ser más repugnante que jamás mi mente pudo haber creado; un amasijo de piel sin extremidades inferiores y sin forma, con unos pequeños brazos que apenas servían para arrastrarse. Se alimentaba sin ver, con los colmillos gravemente crecidos y en puntas que salían por la deformidad que mostraban, cazaba putrefacciones y no soñaba ya, pues había olvidado como hacerlo o quizás jamás lo supo.
Traté de huir de aquél sitio, pero el fango me detenía. Fuertemente me mantenía en un sitio, lo vi voltear hacía donde yo estaba se arrojó al agua como el cazador que persigue a la presa y no pude moverme más... perdí la conciencia de nuevo. Minutos más tarde, eso creo. Escuché voces alrededor de mí, una ambulancia y patrullas que recalcaban a la gente se alejara.
- ¿Tú lo sacaste?-
- Si, yo le escuché gritar y abrí la coladera. Lo vi en el fondo agitado y justo cuando metí la mano para sacarle gritó; -Aléjate de mí monstruo!- y se desmayó en mis brazos en el momento que le jalé hacia la superficie.- Juro que al sacarlo ya estaba así…
La ambulancia llegó ágilmente, un niño corrió a ver la escena soltando un grito desgarrador, que fue el precio de su morbo. Su madre corrió a abrazarlo. El cuerpo del hombre, mejor dicho el bulto que ahora reprtesentaba lo que antes había sido un hombre; fue puesto en una camilla. Sus piernas parecían haber sido comidas de un tajo y el olor a putrefacción era inminente. Retosaba con dolor intenso en una camilla, un ser ahora sin extremidades y que recordaba al mundo lo raro que cae en el asco. Los deseos que se vuelven realidades y los sueños que mueren sin nacer...