El cielo encarnado;
En un círculo
vuelto fuego que irrumpe la clara oscuridad cotidiana.
Se pinta la mañana de Luna roja envuelta en sombras.
Hace días que la memoria me asalta
volátil en mis sueños,
Visiones pasajeras
del más efímero momento.
Épica de sentidos exaltados.
Infiernos-cielos
Nublados recuerdos.
¡Nada se queda,
todo se mueve!
Transmutados
En la levedad de un manto
Lleno de astros
brillantes,
Aún después de muertos
Desde hace años.
El cielo es la víctima
del desastre.
Desde un punto pálido en alguna esquina de la primavera
La Luna y la Tierra se
mueven
a una velocidad constante y esperpéntica.
Sin notar absolutos,
como todo en la vida.
Un día en la mañana te levantas. Miras al espejo;
y los ojos abiertos te devuelven la vista,
Notas al instante que ya no eres quien un día
te miraba desde la superficie plana y fría.
Ha pasado sólo una semana.
Reclamas silencioso como el mar en furia.
(una semana ha pasado en seis o siete años)
Después de la conmoción cósmica del tiempo líquido,
observas una foto de ayer,
tus amigos y tu; en la
puerta del tiempo a los dieciséis.
Y al mirar a la luna
correr de un punto al otro en el horizonte,
(con la
rapidez de las horas nocturnas y hasta poco entrada la madrugada.)
notas de momento que ya has cumplido veinticuatro.
No es extrañar,
es mirar en los túneles paralelos de Castel y María.
El observador silencioso al acecho
de los diferentes
caminos que siguieron,
aquellos que compartieron contigo ese movimiento.
Es el destino pintado de rojo en los cometas y las estrellas.
(Ellos que han sido
testigos de todo lo bello, lo caótico, lo perecedero-perfecto
y lo infinito.)
En silencio guardan los recuerdos que nadie podrá atesorar
por completo.
La memoria del primer día que nos vimos,
la levedad descolorida en mi mente de la camisa que llevabas
ese día,
la velocidad a la que aún sin movernos viajamos siempre, por
el hecho simple de estar parados en la
superficie de este planeta…
Los segundos detenidos al sentir cada cosa nueva en el mundo.
Los labios, la lluvia, el café, el sueño, el despertador, la
sirena, las voces en coros rezando en los funerales. El calor, el frío, el
extásis. La presión en los oídos, la gripa, un hueso roto, el viento sobre la
cara, andar en bicicleta.
El sueño, la piel
limpia, el hambre. Las telas suaves, el pelo de tu gato, un abrazo de tu madre.
La campana del receso, la voz de tu mejor amigo. Una visita inesperada, la
comida de tu abuela. Los golpes del karma.
El dolor de pies y de espalda, los ecos de la borrachera, una
canción que todos conocen, la victoria, el sudor de los cuerpos que se mueven
al unísono, tu maestro leyendo poesía, el olor a libro viejo; un maratón de
películas.
El amor tirado al caño, las malas noticias. El sonido del
obturador de tu cámara de 35mm, el olor a pan en las mañanas.
Hojas secas, tierra mojada…
El primer beso en el cuello, el pelo vuelto marañas.
Los ojos abiertos del tiempo, las ventanas arrinconadas de
tantas palabras.
El doblez gastado del
espacio sobre las banquetas
Rotas y mudas de las ciudades fantasmas.
Observar los
diferentes horizontes
compuestos de líneas rectas que sólo se cruzaron en un punto
y durante un tiempo (siempre definido)
en el pasar del cielo
nocturno.
Ahora saber que no hay tiempo que valga
Toda esta esperanza.
No hay agua para bañar de tantas lágrimas esta faz
erosionada.
No hay paz de tiempos, sólo
mañanas,
eras irreversibles de
guerras contra la nada.
Una Luna Roja pinta la mañana, en esta clara oscuridad
cotidiana.
Fotografías y texto por
Maralejandra Hernández Trejo