Maralejandra Hernández
Trejo
Esa mañana todo pareció empeorar, Raquel ya no reconocía a
nadie. Tal vez no era la catástrofe global del siglo, no era una matanza en el
campo de concentración en Auschwitz, ni una dictadura interminable que fuera a
salir en las noticias o que conmoviera el corazón de las personas, que a través
de un televisor la conocieran. Sin embargo, no hacía falta, para él la noticia de Raquel dejando de
reconocer y de recordar todo parecieron peores que todas noticias por las que
la gente en el mundo se ocupaba.
Raquel, no
lo quería cerca. No quería a nadie cerca. Incluso alimentarla se volvía todo un
reto; pues igual que para él, para Raquel el sentimiento de soledad y de
incomprensión de su propio estado, se volvían una pesadilla cada vez que abría
los ojos. No obstante, a veces lograba tener un flash de algún recuerdo mientras miraba documentales en la
televisión. Sus favoritos eran sobre ciudades antiguas del mundo. Eso le daba a
él un confort en tiempos de crisis; él lo tomaba como el inconsciente de Raquel
intentando recordarlo a él y a todos los
viajes que en su vida habían compartido. Raquel por su parte, sólo sentía una
satisfacción nueva, como si su piel y ojos jamás hubieran visto en vivo las
ruinas de lo que había sido majestuoso. A él, que jamás podía sacarse la
profesión de la mente, incluso le parecía que Raquel misma era como una ruina
Helénica, que en algún momento de su juventud habría optado por dejar caer y
que ahora le parecía absolutamente imperativo restaurar.
II
El hospital era frío. Los pasillos recorrían la estructura
del edificio de forma interminable. Él
recordó que Raquel odiaba que los hospitales fueran tan blancos, le
parecía que era una manera absurda de hacer que se parecieran al cielo. Pero
como era una cosa construida por los humanos y todos los humanos tienen
defectos, se asemejaba más a un infierno sin llamas, en el que todas las personas gritan de dolor,
unas por el propio y las otras por los que aman. Desde la muerte de sus padres, él no podía
pensar en un breve instante en el que Raquel tuviera esa voz profética acerca
de los pequeños detalles.
Ahora él estaba junto a la cama de Raquel dormida. Ahora
Raquel dormía la mayor parte del tiempo. La idea del infierno era tan perfecta
en ese momento; él veía a la mujer que amaba apacible y tan lejana como en un
castigo mítico ideado por algún dios que no podía ser el suyo. El infierno del
no saber más quien somos, a menos que el inconsciente domine, era como una
pequeña muerte, que llena de momentos iguales, se convertía en un suplicio
intolerable.
Dormida, Raquel parecía estar serena y feliz.
Lo único que lo tranquilizaba era pensar que en esos minutos ella podía
recordarlo todo e incluso soñar con él. Él soñaba despierto con el primer
momento en que se conocieron; el gran salón de la universidad donde él daba una
ponencia sobre Arquitectura clásica que ella había encontrado interesante, él
la vio entrar tarde a la sala y hacer caras extrañas con los términos
complicados de arquitectura. Sin embargo, no hizo preguntas sobre eso pues
pensó que todos los demás en la conferencia sabían de lo que estaba hablando.
Él supo después de invitarla por un café que Raquel estudiaba historia del
Arte…
III
Después de las cavilaciones junto a la
cama de Raquel que parecía interaccionar más que ella misma. Él decidió bajar
del infierno por unos minutos y tomar un café en la máquina expedidora en la
entrada del hospital. Bajó las escaleras que estaban vacías para hacer más
tiempo. Caminó por el largo y blanco pasillo del infierno y al llegar al fondo, un brillante letrero de
Noescafé se asemejó a la entrada en el Infierno de Dante “Oh, vosotros que
entráis, abandonad toda esperanza”. Lástima que él se encontraba ya del otro
lado de la puerta y la opción de abandonar la esperanza no le había sido dada
en un principio.
Había una mujer parada frente a la
máquina. Él la vio de espaldas, su cabello era largo hasta un poco abajo del
hombro y negro con algunas canas. El cabello
rojizo de Raquel siempre tuvo ese mismo largo y las canas también
parecían similares. Ella se veía enojada, como si también hubiera visto tarde
el letrero del Infierno.
– ¿Estás bien? Preguntó él con voz seria.
– No,
no realmente, esta máquina no acepta billetes.
– Permíteme, ¿Qué tipo de café quieres?
–
Americano, intenso… estos cafés después de todo
no saben a nada, yo pienso que el café debe ser como el amor: Fuerte, caliente
y que no te deje dormir.
–
Él quería
reírse, pero no lo consiguió. Apretó el botón necesario y metió la moneda.
Extendió su mano y le dio el café.
–
Muchas gracias, estas máquinas me vuelven loca.
Por cierto, ¿cómo te llamas?
–
Marcos, soy Marcos, y tu nombre es…
–
Dea.
–
Dea, es un nombre…
–
Extraño, lo sé. Mi padre solía ser un fanático
de la Literatura Clásica y significa…
–
Diosa.
–
Así es, así que tenemos a otro…
–
No otro, un arquitecto, especialista en
arquitectura clásica.
– Muy
interesante Marcos, ¿y que haces a estas horas en la puerta del Infierno?
Marcos puso cara como de haber visto un
fantasma, había bajado por un café para intentar sacar un poco de su mente a
Raquel, quien permanentemente dormía hasta cuando despertaba, sólo se le
ocurrió decir: –La verdad es que simplemente quería un café, y parece que todos
los demás cafés del mundo no saben como uno tomado en las puertas del Infierno.
¿No te parece?. Ahora era Dea la que ponía una cara de anonadamiento, ella
entendió que él no quería hablar de su historia. –Bueno, yo estoy aquí porque
mi esposo tuvo un accidente automovilístico, quise huir un poco con un café y
heme aquí parada con un experto en arquitectura clásica que no se ríe de mi
chiste del café, quizás tendré que esforzarme más.
Marcos
sonrió un poco, había algo en Dea que lo hacía sentir feliz, y al mismo tiempo
ese sentimiento lo hacía sentir miserable. Dea comenzó a contar su historia. Ella era chef, había viajado por el mundo
tanto para trabajar como para degustar platillos nuevos. Ella era amable y muy
extrovertida…
IV
El día que nos conocimos, él estaba de viaje
con su ex esposa por Francia, yo era más joven y estaba tomando un curso de catas
en un hotel cerca de un viñedo donde…. Ustedes se habían hospedado, recuerdas
que tuviste una riña con tu esposa bajaste al bar. Nunca hacías eso, sobre todo
cuando viajaban. Pero esa noche lo hiciste y me encontraste a mí con unos
amigos en el bar, nos habíamos conocido en las actividades de día en el viñedo.
Yo noté como me mirabas y tu rostro me pareció interesante. Esa noche hablamos
de tu profesión y las razones por las que estabas de viaje. También hablamos un
poco de mí y mi fascinación por los sabores y las culturas nuevas.
Convento; el Infierno. Por Mara Hdz |
Esa
misma noche me besaste en el balcón del bar, y algunos meses más tarde éramos
tu yo los que viajábamos juntos. Tu veías arquitectura y yo los lugares con más
sabor. Anochecimos en las dunas del Sahara, y vimos fuegos artificiales en
Madrid y en Mérida… hicimos el amor en una
cabaña de madera en medio de la Selva Negra; fuimos tu y yo en el café
de las mañanas, en nuestra casa donde el sol entraba por la ventana mientras
nuestro gato se estiraba sobre tu espalda… ¿Recuerdas?
Recuerdas la fiesta de cumpleaños de
tu amigo de la universidad, al que siempre le cambio el nombre… ¡Oscar!–
Osvaldo, pensó él sin interrumpir y sólo sonriendo. Esa noche bailamos hasta
que mis pies con tacones ya no podían más. Recuerdas, nuestras noches de
películas y chocolate caliente. El viaje en teleférico a través de la reserva
natural en Cuautla. Nuestro aniversario a la orilla del mar, en ese lugar
alejado de todo en el que te gusta tomar siempre las mismas fotos…
¿Recuerdas…?
¿Recuerdas ese viaje en el
que vimos un jardín botánico dentro de
un convento? Había un letrero en el que
decía que la Magnolia, era una flor que sirve para curar enfermedades del corazón.
Te recuerdo parada en el borde del Partenón, –es increíble cómo somos parte de
estas ruinas– dijiste con voz dulce. Ambos imaginamos la civilización
colapsada, el tiempo que le da marcas a los edificios mientras nos consume la
vida; pero ellos quedan como ruinas… todos quedamos en ruinas.
¿Recuerdas
la muerte de nuestro perro? ¿Cómo no pude levantarme en varios días por la
depresión? ¿Recuerdas nuestras pequeñas riñas y aquellas noches que te conté
cuentos mientras dormía. Me amaste, amabas mi sonambulismo y los desórdenes de
ropa de dejaba de la puerta de la casa a la puerta del cuarto. Los millones de
cenas y tu gusto de mirar a través de todas las ventanas aunque no hubiera
afuera nada. Nos amamos, y vivimos juntos hasta ahora en este momento en que te
miro dormido todo el tiempo ahora que ya no sé si recuerdas…
V
Marcos había dejado de escuchar la historia de Dea, los
recuerdos que intentaba crearse a su lado tenían un sabor afrodisíaco, pero
irreal, no como los recuerdos que quizás eran los mismos al lado de Raquel… tal
vez nunca vio a Dea ¿y si ella era sólo Raquel sonámbula? Dormida, podía recordar sus viajes por Grecia
y las caminatas que alguna vez tuvieron en París e Italia, cuando la lluvia que
caía sobre ellos parecía un regalo en el que él podía abrazarla y ella fingir
que dejaba de temblar por el abrazo.
Marcos se
despidió de Dea y ambos caminaron hacia los cuartos silenciosos en que las
memorias parecían escurrirse líquidas a través del marco de la puerta y las
ventanas. Un río de memorias le dio color a los muros blancos del infierno y
recorrió los pasillos como los años que habían pasado juntos. Había un jarrón
con magnolias en el buró de la cama de Raquel. “Oh, vosotros que entráis,
abandonad toda esperanza”. Lástima que él se encontraba ya del otro lado de la
puerta y la opción de abandonar la esperanza no le había sido dada en un
principio.